Por: Rolando J. Vivas

Hace un par de años llamé a éste fenómeno, los “juniors de la política”, principalmente haciendo alusión al partido político Movimiento Ciudadano y su franquicia en Nuevo León, en la que participaban de forma prominente Agustín Basave Alanís, Luis Donaldo Colosio Riojas y Samuel García, éste último, actual gobernador del estado. Los nombres de los primeros dos lo dicen todo, no sólo han heredado los apellidos de sus padres, también sus nombres e incluso posiciones políticas. El tercero es un representante más de éste fenómeno, y aunque su apellido no hace precisamente alusión a una dinastía política, sus actitudes y presencia en la red denotan claramente las de uno de los llamados juniors o “mirreyes”, como otros han optado por nombrarlos. El escritor Ricardo Raphael en uno de sus libros, mencionaba sobre los “mirreyes”: “Su estética y sus placeres, su ostentación a la hora de gastar, su exhibicionismo y su narcisismo suelen tener consecuencias. Es un personaje que intenta volar sobre lo que percibe como un pantano, y en el intento por no manchar su plumaje, despoja al otro de su dignidad.” ¿Cómo olvidar ese video en que Samuel García se compadecía a si mismo por la difícil tarea, casi inhumana, de acompañar por los fines de semana por la mañana a su papá al golf? Vaya suplicio por el que pasó el gobernador. Eso sin duda lo ha vuelto más humano y más sensible al sufrimiento del ciudadano común.

No sorprende tanto la reciente información arrojada por el periódico Reforma, que ubica al actual Alcalde de Monterrey, Luis Donaldo Colosio Riojas en tercer lugar en una encuesta sobre presidenciables para el 2024, apenas debajo de Marcelo Ebrard, Secretario de Relaciones Exteriores y Claudia Sheinbaum, actual Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. No sorprende porque en México, y en la política los apellidos pesan. Y pesan más en las épocas del populismo y del caudillismo que vivimos en exceso actualmente. Hace ya más de 40 años, Cuauhtémoc Cardenas, hijo del ex presidente Lázaro Cárdenas, contaban con un tremendo arrastre en la izquierda política del país, aún al interior del oficialista Partido Revolucionario Institucional. Cardenas encabezaba una corriente al interior del PRI, que buscaba regresar la dirección política del país a las épocas doradas del nacionalismo revolucionario, del cual, el país se había apartado luego de la catástrofe de la “docena trágica” protagonizada por los ex presidentes Luis Echeverría y José López Portillo. Este último había entregado el poder a Miguel de la Madrid, quien de inmediato dio la espalda al nacionalismo revolucionario y se alineó de forma instantánea al liberalismo que impulsaban la primer ministro del Reino Unido, Margaret Thatcher y el presidente de los EEUU, Ronald Reagan.

Cardenas estaba convencido que debía heredar el liderazgo del PRI, partido hegemónico concebido por su padre, el verdadero triunfador de la Revolución Mexicana. Lázaro Cardenas había construido un culto a su propia personalidad que lo elevaba casi a estatus de leyenda, de redentor y salvador del país, cuando en realidad lo que el general había creado era una dictadura partidista no personal que perduraría por más de 70 años. El general, inspirado en el líder y tirano soviético, Josef Stalin, había creado lo que muchos llamarían “la dictadura perfecta”. Su hijo, Cuauhtémoc, pesaba más en el partido, por su apellido, pero por sus logros, consiguió un arrastre tremendo en corriente de izquierda tradicional del PRI, al grado que al no recibir la candidatura presidencial para la contienda de 1988, creó un cisma en el hasta entonces partido hegemónico, creando un nuevo partido político rival, el Partido de la Revolución Democrática que iría tomando forma en los años siguientes. Cuauhtémoc se convertiría en el líder de facto del partido. Muchos dirían que fue el ganador de las elecciones de ese año, pero su triunfo fue robado en las urnas. Tanto peso tenía el apellido Cárdenas, que muchos pensaron debía heredar al “gran partido”, que se creó un nuevo partido para impulsarlo, que pudo haber ganado en 1988, y que incluso, lo llevó a contender en dos ocasiones más por la presidencia. Tanto así, pesa un apellido en la política nacional.

Por eso se entiende que Luis Donaldo Colosio Riojas haya aparecido tan bien posicionado en una encuesta nacional. Su apellido pesa, y pesa mucho. Un par de meses en el escaparate local no podrían haberle dado el impulso requerido. Ningún otro alcalde lo habría logrado así de rápido. El poder de lo familiar ha sido un factor determinante. Seguramente nadie sabe mucho de Luis Donaldo Colosio Riojas, pero el nombre de Luis Donaldo Colosio Murrieta, es un nombre que continua presente en el inconsciente colectivo. Muchos mexicanos siguen pensando en el candidato asesinado en Lomas Taurinas en el año de 1994, como una especie de salvador que mágicamente llevaría a México hacia la gran utopía, le confieren poderes a Luis Donaldo Colosio Murrieta, que en definitiva, nunca pudo demostrar. Se ha creado un mito alrededor de Colosio Murrieta, mito que ha opacado su militancia en el PRI, su papel protagonista en las negociaciones del TLC, y su participación fundamental como parte del plan a largo plazo del Salinismo para ejercer influencia por dos sexenios más (el de LDCM y el de José Francisco Ruiz Massieu). La memoria de LDCM sería manipulada de forma oportunista para convertirlo en una especie de “JFK tropicalizado”. “El Elegido” que fue asesinado por las fuerzas del mal. Ahora, los poderes del “elegido”, han sido transferidas a su hijo, LDCR, quien gracias al peso de su apellido y de sus relaciones, obvias con el PRI, extendidas a Morena y actualmente ubicadas en Movimiento Ciudadano, será promovido como la gran esperanza de aglutinar otro “gran cambio” en el país. Cómo si el mito alrededor de su padre pudiera ser transmitido y asimilado por el hijo. Cómo si no pudiéramos superar el misticismo ignorante de la transferencia de personalidad del padre al hijo. Cómo si en lugar de pensar en una democracia, seguimos pensando en reyes y linajes.

LDCR por su apellido y por la fuerza de lo conocido, de lo común, de lo aparentemente familiar, podría ser explotado, no por la oposición, sino por la “nomenklatura” de un sistema cerrado que se busca perpetuar. Que buscar similar cambios, opciones, rivalidades y supuesta competencia. Una mafia del poder que claro que existe, pero que se va transformando de sexenio en sexenio, un club bastante cerrado que entiende que necesita nuevas caras, pero que sabe que no puede dejar atrás los viejos apellidos. De ahí la importancia de los “juniors” de la política y del poder de los habitual, de lo malo por conocido, de la comodidad de los que nos resulta familiar y del miedo paralizante a lo desconocido. Hasta el presidente bien podría valerse en un momento dado de su apellido para continuar su influencia en posteriores sexenios, para muchos, esto parecería imposible, pero ahí está el caso de LDCR, en que el apellido pesa y mucho.

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