Por: Rolando J. Vivas


“Se acabó”, dijo Jair Bolsonaro, el autoritario y populista presidente de Brasil, al aceptar su derrota en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en el país amazónico, efectuadas el 30 de octubre. Por un escaso margen, Bolsonaro fue derrotado en las urnas por su rival, el ex presidente Lula Da Silva, quien, con este triunfo, comenzará su tercer periodo como presidente de Brasil. Todo pareciera indicar que Bolsonaro al final, decidió no convertirse en un “copycat” del ex presidente de los EEUU, Donald Trump y al final, Bolsonaro optó por aceptar su derrota. A pesar de esto, Bolsonaro está claro, no desaparecerá del mapa político, considerando que el Congreso brasileño estará dominado por la ultraderecha, al igual que gran parte de los gobiernos estatales en aquel país. 
 
Para Lula Da Silva, las condiciones de gobierno serán unas abismalmente diferentes a las que enfrentó la primera vez que llegó a la presidencia en el 2003, luego de tres campañas presidenciales. En lo correspondiente a política exterior, lo que pareciera ser una nueva ola “rosa” de gobiernos de izquierda no parece tener la fuerza y cohesión que la primera ola tuvo hace 20 años. Una serie de factores contradictorios se asoman en el horizonte y podrían hacer de la administración de Lula una difícil prueba más que tendrá que enfrentar el político brasileño emergido de las corrientes sindicales de los años 70s y 80s. Si, por un lado, los presidentes de izquierda de Canadá y los EEUU, quizá vean con buenos ojos a Lula en Brasil, pero la cercanía de Brasil con países como Rusia y China, harán complicada la gestión de Lula, quien tendrá que negociar y equilibrar fuerzas con el fin de poder sacar provecho y no tener que tomar partido de forma comprometedora con alguno de los dos bandos.  
 
En Latinoamérica, Lula tendrá que reestablecer las relaciones con países de “izquierda” como Argentina, Venezuela, Cuba, Chile, Colombia y México. El panorama en Argentina, Venezuela y Cuba es complicado. Los tres países están en una posición sumamente lastimosa a comparación de hace 20 años, cuando el meteórico ascenso económico de China, y el auge de las materias primas le dio a este bloque un fortísimo impulso. Hoy China ya no crece de forma extraordinaria y la demanda de materias primas se ha moderado bastante. Distraerse tratando de fortalecer a los viejos socios sería un grave error para Lula. México podría ser un nuevo socio “incómodo”. México y Brasil son rivales regionales y no se antoja una relación muy cercana, adicional a éste, el presidente López ha mostrado una relación muy cercana con Donald Trump y una distante con Joe Biden, lo cual podría ser lo opuesto a la dirección que seguramente tomará Lula (además de la marcada inclinación conservadora de López, muy diferente a la de Da Silva). Seguramente Chile será un socio cercano a Lula en el tiempo inmediato. A Gabriel Boric ya le ha quedado claro que el pueblo chileno no tolera extremismos, y ésta podría ser la directriz para Lula también. La gran incógnita será la Colombia de Gustavo Petro y su rol con respecto a Brasil. 
 
Al interior, el reto de Lula no es más sencillo, Brasil es un país dividido en muchos aspectos, políticamente, racialmente, culturalmente, ambientalmente e incluso en materia religiosa. El rol de Lula será el de conciliar a un país en una situación difícil. Por un lado, reducir la militarización al interior, que tiene al país inquieto en estos días (una dirección contraria a la que busca el presidente López en México). El principal enemigo de Lula será la polarización, y allí es dónde Lula tendrá que hacer uso de la herramienta “antídoto” del populismo polarizante, la tecnocracia. Lula tendrá que gobernar para todos y sus principales herramientas deberán ser la transparencia, el consenso, la moderación y la tolerancia. Hay que recordar que, en su primer periodo como presidente, Lula enfrentó gran resistencia a su visión progresista de Brasil. Para su segundo período, Lula entendió su entorno y, se dedicó a moderar y a conciliar de forma exitosa al pueblo brasileño. Lula sabe lo que tiene que hacer para llevar a buen término los siguientes 4 años que ejercerá como presidente. Menos política y más acción es la receta. Da Silva tendrá que buscar recuperar el apoyo de los sectores evangélicos que lo apoyaron en el 2003, y que ahora apoyan a Bolsonaro. Pragmatismo será el camino. 
 
La velocidad también será un factor importante. Lula decidió proseguir sus 8 primeros años en el gobierno con una sucesora, Dilma Rousseff, el resultado fue desastroso, pretender retener el poder mediante una sucesora denominada, pretender “cubrir su espalda” con un candidato bajo su influencia fue un grave error. Lula tiene una tarea histórica por llevar a cabo para la izquierda. Demostrar en 4 años que es capaz de llevar a cabo acciones realmente de peso para el país, todo esto en medio de la oposición. Da Silva tendrá que entender que la política del poder ha cambiado en el mundo. Se puede llegar rápidamente al poder, cómo hizo Trump, cómo hizo Bolsonaro, pero una vez en el poder, retenerlo, se ha vuelto casi imposible. La gran habilidad para que una estadista de nuestros tiempos salga adelante, será la capacidad de negociar y llegar a consensos. Lula pudo hacerlo en la segunda vuelta, el extremismo y la intolerancia de Bolsonaro, no le dieron para moverse al centro y conservar el poder. La realidad es que, al día de hoy, sólo los países débiles necesitan hombres fuertes en el poder. Los países verdaderamente fuertes y sólidos no necesitan hombres fuertes, aunque el populismo nos quiera convencer de lo contrario. La izquierda seguirá avanzando en el mundo a pesar de sus múltiples errores. La aparente caída de la derecha, y fugaz auge de la ultraderecha, sólo han ayudado a la izquierda, quien al ser comparada con la horrenda ultraderecha, repleta de intolerancia, misoginia y fanatismo religioso, sólo hacen ver a la izquierda como el menor de los males.  

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