Por: Rolando J. Vivas

Vi Amores Perros hace más de 20 años en el cine, y aún considero a la película como un duro golpe de mazo en la cabeza. Es algo inesperado, letal, aniquilador. Una película que puso a Alejandro González Iñárritu (Ahora sólo Alejandro G. Iñárritu) en los cuernos de la luna (mención especial en el festival de cine de Cannes). Con ésta “opera prima”, Iñárritu se abría de forma frenética un espacio en medio del cine de la Generación X, protagonizado por directores como Quentin Tarantino, Danny Boyle y Guy Ritchie. Amores Perros eran tres asombrosas historias concebidas por el genial escritor Guillermo Arriaga, y entrelazadas de forma magistral por Iñárritu. Amores Perros era parte el cine ultra violento y estilizado de Tarantino, parte el cine surrealista del enrome Luis Buñuel, y parte el trascendental cine del alemán Wim Wenders. Iñárritu daría el gran salto a los EEUU con sus siguientes cintas, 21 Gramos y Babel. Dos cintas enormes que le ayudarían a establecer su nombre como un cineasta global en constante evolución, uno que trascendería más allá de las historias de Arriaga, y que cada vez se volvería más y más personal, y más y más trascendente. Birdman (2014) y The Revenant (2015) fueron verdaderas bombas atómicas que sacudieron el cine mundial. Birdman, cine de arte puro, protagonizado por el genial Michael Keaton (uno de los actores más intensos de su generación) y en un plano secuencia que nos hacía pensar que toda la cinta había sido grabada en un solo movimiento, algo que le dio un dinamismo brutal al cine de Iñárritu. Por otro lado, los manejos metafísicos de Iñárritu alcanzaban nuevas alturas. La dinámica de la película que se fusionaba con el sonido de la batería de Antonio Sánchez. Imágenes y jazz se fusionaban en un solo medio. Michael Keaton, el ex Batman, se convertiría en el actor casi retirado, perseguido por el personaje de cómics que habría interpretado en su juventud (Adam West pudo haber sido otra opción para el rol, pero no tan genial e intenso como Keaton). The Revenant sería la siguiente cinta de Iñárritu, violenta como pocas que narra la épica aventura del explorador Hugh Glass (interpretado por Leonardo DiCaprio, protagonista de la cinta Django Unchained del 2012 de Quentin Tarantino), abandonado por su grupo en territorio inhóspito, y sobreviviente a una lucha contra un feroz oso. Una cinta brutal que se entiende si hemos visto cintas de Werner Herzog, en dónde la salvaje naturaleza se convierte en el principal rival del protagonista, la cinta resulta más intensa y aterradora que una cinta de terror. Con The Revenant, Iñárritu competiría uno a uno, en el 2015, con su ídolo Quentin Tarantino, y su The Hateful Eight, del mismo año, ambos sendos Westerns brutales, repletos de traiciones, en medio de condiciones bastante inhóspitas.

Bardo es el siguiente capítulo en la historia de Alejandro G. Iñárritu. Bardo es una bestia diferente. En Bardo, el principal protagonista es Alejando G. Iñárritu, aunque sea sólo en espíritu, aunque sea sólo en un enorme sueño multicolor. Pareciera que su aparente presencia como protagonista, podría ser la máxima osadía cinematográfica de Iñárritu. Bardo mantiene el flujo dinámico de imágenes de Birdman y la violencia, aunque esta vez en cierta forma poética y onírica de The Revenant. Claro que hay lógica en Bardo, pero una muy particular, muy propia del universo que pone en movimiento Iñárritu, y que, además, significa el regreso del cineasta a lo que podríamos denominar como “cine mexicano”. Bardo va mucho más allá de los encuadres y la fotografía. Así como el jazz, que va dejando las notas por el sonido y el ruido puros. Bardo se va convirtiendo poco a poco en una secuencia que se va convirtiendo en imagen pura. Vence nuestra lógica y nos mete en ese mundo de sueños y pesadillas, de pensamientos, de ideas, de conversaciones reales y ficticias de autor consigo mismo. Nada de esto podría haber sucedido sin la presencia del enorme Darius Khondji, encargado de la cinematografía en cintas de directores como Jean Pierre Jeunet, Michael Haneke, y David Fincher. Khnodji será un o de los principales conspiradores de Iñárritu para lograr que la narrativa visual de Bardo funcione. Otro colaborador importante es Nicolás Giacobone (un escritor argentino de libros y guiones, al que el juego de los disfraces y alter egos le encanta tanto como a Iñárritu), Iñárritu va tejiendo una compleja, pero interesantísima red visual que nos va adentrando en la mente del cineasta y sus preocupaciones y obsesiones. Seguramente la cinta más intensa y más personal de Iñárritu, quien es magistralmente interpretado por el actor español/mexicano Daniel Giménez Cacho. Un papel delirante que nos remite a una interpretación metafísica como la de Nicolas Cage en El Insoportable Peso de Una Talento Descomunal o las novelas de auto ficción de autores como Emmanuel Carrere o Frederic Begbedier. De hecho, el personaje que nos muestra Giménez Cacho, me recuerda más a Begbedier (o a Karl Ove Knausgaard) que a Iñárritu o que a Cage. La idea que un actor español/mexicano interprete el papel, conecta además con la dualidad de personalidad y de países, una variable fundamental que Iñárritu aborda de forma intensa a lo largo de la cinta. Su propia historia en el mundo de la publicidad, del radio y la televisión, y su actual carrera en el mundo del cine. Parte de su vida en México y su actual vida en los EEUU. La relación entre los EEUU y México, y la relación entre México y España.

En los 70s, el ingeniero de sonido Alan Parsons, que había trabajado con artistas como los Beatles, Pink Floyd y Pilot, se había obsesionado con el cine y las películas de directores como Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick y Akira Kurosawa. Parsons había llegado a la conclusión que estos autores, habían creado su universo tan personal, que el espectador siempre sabía que una cinta era de ellos a pesar de la historia y de los protagonistas. Consideró que, cómo productor musical, quería poder crear algo similar, y dejar su huella como productor a pesar del disco, estilo o músicos que utilizara. Parsons fundaría The Alan Parsons Project a mediados de los 70s, con el fin de crear su música, utilizando los mejores músicos disponibles, pero que su visión sería la dominante en cada uno de los discos. Seguramente esto es lo que Iñárritu ha peleado a capa y espada por ir creando, y si me preguntan, en cada una de las cintas de Iñárritu, esta visión muy personal, muy propia, con su muy propio estilo, se va plasmando de forma cada vez más evidente. Pero bien sabemos también, que, el cine de Iñárritu. Como del de muchos otros cineastas de la Generación X, se compone de un sinfín de influencia de todo tipo. Pero algo que hay que destacar, es que Iñárritu ha ido de lo que podríamos denominar como lo “más superficial”, a los “más íntimo”, Así lo hemos visto evolucionar y adaptar a su propia visión, los estilos de Tarantino, Buñuel y Wenders, para adoptar influencias más complejas, como las del cine subversivo de Robert Altman, los dramas psicológicos más intensos y profundos de Sidney Lumet, las exploraciones del machismo y la violencia de Martin Scorsese, las meditaciones trascendentales de Ingmar Bergman, los temas espirituales y metafísicos de Andrei Tarkovsky, los mundos de barroca fantasía de Federico Fellini, y la independencia feroz (y análisis humanos con “microscopio”) de un John Cassavetes. Si, claro, el cine de Iñárritu cada vez se vuelve más complejo, personal y rico en imágenes. Bardo es un atrevimiento colosal en una época en que el espectador tal vez no espera tan enorme nivel de introspección y crítica. Bardo no es para todos. Es el tipo de cine que comparte espacios con la personalísima obra del exitoso y controvertido director italiano Paolo Sorrentino, quien diría “el único espectador de mis películas que me importa, soy yo mismo”. Bardo pareciera seguir a Sorrentino en la inmersión de éste en el mundo de auto ficción en la que el director italiano de cine se ha adentrado desde su cinta La Mano de Dios. Un mundo que ya por décadas han estado habitando grandes escritores como el ya mencionado Carrere, que recientemente nos entregó Yoga, un infernal descenso en el mundo de la enfermedad mental y que le costó su propia salud mental al escritor francés terminar, y las extraordinarias historias de Begbedier, un escritor y personaje extraordinario, protagonista muy a su manera de sus propias novelas.

En la cinta, además de sus obsesiones personales, Iñárritu aborda de forma muy particular temas como la historia en conjunto de México y de los EEUU, visita espacios de tiempo como la guerra México-Estadounidense, eventos como el sitio al Castillo de Chapultepec y la masacre de los niños estudiantes de ese colegio militar. Iñárritu hace una poderosa crítica de la “gesta heroica” y de cómo México ha retorcido tal narrativa, de ser una derrota bastante vergonzosa, a convertirse en una suerte de victoria mítica. Más tarde, Iñárritu hace una poderosa disección de la guerra de Conquista y del personaje de Hernán Cortes, un personaje controversial y que ni en México ni España, ha sido visto de buena manera. El señalamiento y cuestionamiento de la “conquista española” con apenas unos cuantos hombres, caballos y armas, es también una importante reflexión. Es el personaje de Giménez Cacho, Silverio Gama, un periodista y documentalista cuyo éxito lo llevó de México a los EEUU, y que ahora regresa a recibir un premio, el que se encarga de fungir como alter ego de Iñárritu, y al que le tocará vivir, primero, como documentalista la tragedia de los migrantes que buscan cruzar la frontera entre México y los EEUU, y después vivir en persona, como ciudadano de ambos países, ser tratado por sus compatriotas al regresar y ser tratado por los estadounidenses al volver a su nuevo “hogar”. Otros aspectos importantes que aborda Iñarritu en Bardo, son la futura relación entre México y los EEUU, principalmente abordados en temas como la “venta de Baja California a Amazon” (recuerdo que cuando era niño se hablaba mucho de que Baja California sería comprada por Japón). Esto además de los eventos de desapariciones en el país, la censura por parte del gobierno, la envidia, la política, el crimen organizado y las ideologías de moda. Posiblemente los puntos más importantes y realmente dramáticos de Bardo, son los que abordan temas personales de Iñárritu, como la muerte de un hijo recién nacido, la relación con su esposa e hijos, la relación con su madre, y una dura auto crítica a su propia visión artística, parte de los temas que hacen tan densa a la cinta y a la vez tan personal.

Mucho se ha dicho de la enorme influencia de mi película favorita de toda la historia del cine, 8 ½ del director italiano de cine, Federico Fellini, sobre Bardo. Negar la influencia es imposible. Pero negar la influencia de Fellini en todo el mundo del cine, es también imposible. Si, está la obvia referencia a ésta legendaria comedia surrealista de Fellini a un nivel metafísico, en la que Fellini, después del colosal éxito de La Dolce Vita, se enfrenta al miedo de hacer una nueva película y no poder superarse, al bloqueo de autor y al proceso creativo de crear una nueva obra maestra. La forma bastante creativa e innovadora de Fellini de enfrentar todo esto, sería haciendo una cinta precisamente sobre si mismo enfrentando todo el proceso creativo. ¡Vaya idea mayúscula! Fellini enfrentó su bloqueo creativo, analizando su proceso creativo, de esta forma obtuvo una historia sobre si mismo y sobre como el artista lucha contra sus propios demonios. Una obra mayúscula y una de las mejores películas de la historia del cine. Una historia que nos dice que a veces las mejores historias están en dónde menos lo imaginamos, dentro de nosotros mismos, pero tenemos que luchar en ocasiones contra nuestro propio subconsciente, contra nuestros miedos y obsesiones para sacar lo mejor de nosotros mismos. Recuerdo la primera vez que vi 8 ½ y que quedé totalmente intrigado por la temática que mostraba Fellini. Por la magnética ejecución de Marcelo Mastroiani, quien se presentaba como el alter ego de Fellini y quien se presentaba como el atormentado director de cine. 8 ½ al final se presentaba como todo un dueño entre la realidad y la fantasía. Fellini, a su manera, presentaba la tormenta, el tumulto, la batalla y el goce del proceso creativo. Rainer Werner Fassbinder, el legendario workaholic alemán, y niño malcriado de la “nueva ola de cine alemán”, presentaría su versión de 8 ½ en la cinta Beware of a Holy Whore, que cuenta la historia de Fassbinder y sus colaboradores enfrentando diversas vicisitudes para filmar una película. Fassbinder siempre fue un autor muy personal en sus obras, y en esta cinta no deja de serlo, aunque la influencia de la idea de Fellini y 8 ½ es innegable aquí. Ponerse frente al espejo y mirarnos con detalle en los momentos difíciles puede ser una experiencia única.

Otro antecedente importante de Bardo, sería Wild Strawberries del legendario director sueco Ingmar Bergman. Una legendaria cinta sobre la auto reflexión, los viajes, los sueños y el crecimiento. En la cinta el profesor Isak Borg es invitado por su universidad para recibir un premio, y el viaje con parte de su familia se convierte en todo un momento de reflexión, auto evaluación y auto descubrimiento (plagado de secuencias oníricas). Al final, el viaje (no sólo en físico) a recibir el premio, se convierte en la oportunidad de conocerse mejor. Bergman haría la cinta a modo de drama, mientras que el genial Woody Allen, haría su propia versión, con obvios tintes cómicos en la genial Deconstructing Harry. Bardo, obviamente comparte ese viaje físico, mental y espiritual. Esa auto evaluación y auto cuestionamiento, de la vida, la familia y la profesión en medio de secuencias oníricas en camino a recibir un reconocimiento. Sin duda Iñárritu en Bardo, nos entrega una cinta “pastiche” muy al estilo de Quentin Tarantino y la Generación X, pero con un estilo que ya no hay forma de describirlo de otra forma más que “Iñarrituesco”, con Bardo, Iñárritu a logrado su película más personal. Iñárritu ha dicho que con Bardo “lo ha dado todo”. Esperemos que no sea así, ya que la cinta es un monstruo que crece en cada escena, que nos pone en acción y no nos deja ser sólo espectadores. Nos deleita con imágenes puras y nos hace visitar la cinta más de una vez para poder realmente sumergirnos en la mente y en el espíritu de la cinta. Si, Bardo es al día de hoy lo mejor que ha salido de la mente de Alejandro. Su regreso al cine mexicano, y su gran regalo y homenaje a su propia vida en México y en los EEUU. Verla una sola vez no bastará para sacarnos de ese “estado mental” que según la mitología budista significa “bardo”. Un estado intermedio entre la muerte y la reencarnación. Aquí Iñárritu no muere, pero podría estarnos anunciando la siguiente etapa de su carrera, y se antoja algo en verdad poderoso.

Advertisement