Por: Rolando J. Vivas

Difícil negar que el disco Motomami, de la cantante española Rosalía, es uno de los discos más importantes el año pasado. Pudiéramos hablar de música “pop”, pero confinar el Motomami al simple mundo del “pop” sería una injusticia. Sería pensar que el Yeezus de Kanye West es “pop” o que el Post de Bjork es “pop”. Obviamente, ambos discos usan elementos de música pop, pero la recombinan cual científicos para lograr algo diferente, algo “más allá”. De igual forma Rosalía usa elementos de “reggaetón”, que, en definitiva, no es uno de mis géneros favoritos, pero usados estos elementos de forma inteligente y experimental, terminan haciendo al final un trabajo bastante interesante. Precisamente la islandesa Bjork, se declararía seguidora de Rosalía, quizá incluyendo elementos rítmicos similares en su más reciente disco, el Fossora, que Bjork describiría como rico en ritmos de afrobeat y “techno biológico”, lo cual no deja de ser una idea fabulosa. No olvidemos que personajes como el español El Guincho y la venezolana ARCA, han sido parte del equipo de producción no sólo de Bjork, también de Rosalía. ARCA, además ha trabajado con Kanye West (y con la hip hopper inglesa Shygirl), obvia inspiración de Motomami, sobre todo el minimalista y abrasivo Yeezus, del cual, el enorme Lou Reed hiciera una fabulosa reseña alguna vez.
Hentai es uno de los temas incluidos en Motomami. Musicalmente es una balada hermosa y delicada, obviamente protagonizada por la delicada voz de Rosalía. Uno de los muchos contrastes interesantes del disco, ya que la sola palabra Hentai, podría engañar a muchos haciendo pensar que es algo que va por la dirección de la corriente japonesa conocida como “kawaii”. El nombre podría engañar, y la asociación con la en momentos tierna y desoladora balada, podría parecer obvia. Seguramente una de mis hijas cuando vio el titulo debió pensar “mi papá no sabe lo que escucha”. Pues bien, Hentai significa “perversión” en japones, y es un subgénero del magna y animé, que seguramente pondría a muchos en franco estado de shock por sus imágenes sexualmente grotescas y por demás atrevidas. Simple entretenimiento para adultos. El Hentai lo conocí por las referencias al género visual (además de al Grand Guignol francés, teatro realmente de horror) que hacía en los 90s, el músico de jazz vanguardista John Zorn, nacido un 2 de septiembre. John Zorn junto a un grupo de entusiastas músicos de vanguardia, como Bill Frisell, Fred Frith (de la banda Henry Cow), Mick Harris (de la banda Napalm Death) y Yamatsuka Eye (de los Boredoms) formaron Naked City, una banda que mezcla de forma asombrosa el jazz y el grindcore, y cuyas portadas de discos tomaban de inspiración precisamente al mundo del Hentai y al Grand Guignol, lo que en aquel tiempo me parecía una fabulosa ventana a mundos bastante extraños para mí.
A John Zorn lo conocí por los Napalm Death, Mick Harris, baterista del grupo, se había vuelto colaborador de él. Recuerdo una recopilación llamada Grindcrusher, de la disquera inglesa Earache, incluía el tema Osaka Bondage (obvia referencia al Hentai), en la cual Harris y Zorn ejecutaban el tema. Zorn es una figura enorme en el mundo del jazz experimental en la ciudad de Nueva York. Un personaje con una afinidad enrome de colaborar con otros músicos e integrar influencias aparentemente incongruentes en su música. La fusión del jazz y el grindcore es claro ejemplo de esto. Su trabajo como productor de grupos como Mr. Bungle, la primer banda de Mike Patton (en su disco debut) y de OLD (del genial productor y músico James Plotkin) en su asombroso disco Lo Flux Tube, una auténtica joya poco conocida de los 90s (alguien que escuchó el disco conmigo en alguna ocasión me dijo “son como Rush tocando grindcore”). Pero imposible olvidar también una colaboración que parecería poco más que imposible, un trio de libre improvisación junto a Laurie Anderson y Lou Reed, en la época en que Lou Reed se empezó a interesar mucho por la libre improvisación, y que formó la banda Metal Machine Trio, para hacer un extraordinario disco instrumental. Seguramente Reed y Zorn encontraron puntos en común que avivaron la oportunidad de colaborar, basados en su adoración por el brutal músico de jazz libre Ornette Coleman.
Desde épocas del extraordinario Jacques Brel en Francia, la música pop se ha valido de los arreglos orquestales para adquirir un tono de seriedad y mostrar crecimiento y madurez. Personajes como Phil Spector y Brian Wilson hicieron amplio uso de la música clásica y de arreglos orquestales para “darle peso” a sus composiciones y trascender más allá de la música juvenil. Spector hablaría de “sinfonías adolescentes”. Wilson publicaría el monumental Pet Sounds. Los Beatles publicarían el Sgt Pepper, uno de los discos más importantes de la historia del rock n roll. Pero para muchos músicos de rock, la validación realmente vendría, no del mundo de la música clásica, ni de los arreglos orquestales (de hecho, los intentos que han hecho bandas como Deep Purple, Metallica o los Scorpions, no han sido muy apreciados) sino del mundo del jazz. Pioneros como los MC5 y los Stooges, buscaron ir más allá del mundo del rock n roll adaptando una fuerte dosis de jazz aprendida de sus ídolos como Sun Ra, John Coltrane, Albert Ayler y Eric Dolphy. El jazz, y sobre todo el jazz libre (no pensemos en Kenny G, aún y que haya participado en el fenomenal disco Spirit of Ecstasy de los Imperial Triumphant) es la antorcha más apreciada por los músicos más vanguardistas. El jazz es uno de los géneros musicales que menos discos vende, pero que mayor reputación tiene, de ahí, que adaptar influencias del jazz libre, da más peso a un grupo, y lo separa del resto de los artistas de mayores inclinaciones comerciales. El jazz sigue siendo el gran elemento indómito que separa a los que quieren vender discos, de los que quieren realmente trascender. Puedes amar u odiar al jazz, pero no permanecer indiferente ante él. A muchos compañeros de oficina, hace unos 20 años, les causaba simpatía cuando escuchaba discos de Slayer o Sepultura, pero cuando ponía discos de Albert Ayler u Ornette Coleman, realmente me odiaban. El jazz es algo inesperado y sorpresivo, y eso no muchos lo pueden tolerar.
Inspirado, más en la actitud de “todo vale” que en el hip hop de Kendrick Lamar, David Bowie decidió adaptar esa actitud para la creación de lo que sería su último disco. Blackstar sería publicado el 8 de enero del 2016 (el día de su cumpleaños 69). Escribí una reseña de ese disco, justo cuando fue publicado, y después fui sorprendido por mi esposa, cuando dos días después, el 10 de enero, me informaba que Bowie había muerto. “Pero si acaba de publicar su más reciente disco apenas antier…” Le dije sin salir de mi asombro. Seguramente Bowie sabía que sus días estaban contados a causa de un cáncer de hígado. Bowie se había puesto a trabajar de forma intensa con su legendario colaborador, el productor Tony Visconti (James Murphy, líder de los LCD Soundsystem, sería “coproductor”). Bowie sabía que le quedaban años, seguramente meses, y por ello decidió jugarse “el todo por el todo” con Blackstar, un disco en el que Visconti diría, Bowie intento “evadir el rock n roll”. Para Blackstar, su disco número 26, Bowie se hizo acompañar de músicos de jazz (uno de ellos, el guitarrista Ben Monder de los extraordinarios The Bad Plus, banda que habita en los confines del jazz y del rock), en definitiva, Blackstar no es un disco de jazz, pero es un disco que usa elementos de este género (además de incluir una fuerte influencia de los Roxy Music, de su gran amigo, Brian Eno) para volverse algo inclasificable. Blackstar sería el disco final de David Bowie, y sorprendentemente, uno de los mejores de su carrera. Bowie diría que Lou Reed (una de sus grandes influencias) crearía su obra maestra Lulu, justo al cierre de su carrera (Lulu se publicaría en el 2011, Reed moriría en el 2013). Quizá sin planearlo, al igual que Reed, Bowie haría lo mismo (Lo cual me hace pensar, que Iggy Pop, al igual que sus dos compadres ya fallecidos, Reed y Bowie, aún tiene un gran disco antes del fin de su carrera. Ni el Post Pop Depression, ni el Every Loser, lo han sido).
A Bowie siempre le gustó jugar con elementos, aparentemente incongruentes, los tomaba de fuentes variadas, los “recortaba” y después los ensamblaba para crear algo más, algo totalmente diferente. Una técnica (cut-up) que Bowie la aprendió al monumental William S. Burroughs, un extraordinario escritor. Así, Bowie ensamblaba elementos del rock espacial, de su carrera como mimo, del teatro kabuki japones y del rock callejero de Nueva York, para lanzarse a inicio de los 70s como Ziggy Stardust y generar toda una revolución musical conocida como glam-rock. Si, Bowie se inspiró en su momento en William S. Burroughs, en Jacques Brel, en Scott Walker, en Little Richard, en Elvis Presley, en Bob Dylan, en John Lennon, en Lou Reed, en Marc Bolan, en Syd Barrett, en Iggy Pop, en los Kraftwerk, en los Neu!, En Brian Eno, en Peter Hammill, en los Devo, en Donna Summer, en Prince, en los Pixies, en Glenn Branca, en D´Angelo, en Sonic Youth, en Nine Inch Nails, en Aphex Twin, en Kendrick Lamar, Boards of Canada, Death Grips y en The Bad Plus, pero todos fueron elementos que pudiéramos decir Bowie “tomó prestados” para crear algo completamente nuevo, original y realmente creativo, algo que Picasso, Jean Luc Godard, Steve Jobs o Quentin Tarantino también hicieron en su momento. Bowie creó obras como el The Rise and The Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, Station to Station, Low, Heroes, Scary Monsters y el Blackstar, obras que, aunque contengan elementos de todos los artistas antes mencionados, no se podría señalar que Bowie plagió algunas de sus obras. Muy por el contrario, Bowie sería gran fan de estos artistas y en muchas ocasiones, como en caso de Lou Reed e Iggy Pop, ayudaría a impulsar sus carreras.
El 10 de enero, David Bowie debió cumplir 75 años. A 7 años de Blackstar el disco se conserva como una obra maestra de Bowie, su último disco y uno de sus mejores. Pensar en Lazarus, uno de los principales temas del Blackstar y en Bowie cantando “Look Up Here, Im In Heaven, Look Up Here Im in Danger”, justo en el momento en que dejaba este mundo, resulta asombroso y escalofriante. Bowie planeó como sería su final musical de forma realmente detallada. Una canción hecha epitafio, un relato de Bowie enfrentándose a una muerte inevitable de la mejor forma en que lo sabía hacer, con música. Casi al inicio de este blog escribí sobre Bowie. Cuando se trata de creatividad, de “robar como un artista” (Bowie se auto definiría como un ladrón con buen gusto), de identificar tendencias futuras, de innovación, de adaptación, de reinvención. Por lo general uso a Bowie de ejemplo. Claro, hay ejemplos más radicales, como Lou Reed o Scott Walker, pero sin duda, Bowie es el más notable. Su influencia en la música moderna es enorme, su influencia en el mundo del arte es innegable. Pocos artistas pudiéramos señalar, con el tamaño y la influencia de Bowie, realmente muy pocos. En Blackstar, Bowie decidió hacer música inclasificable, tomar la actitud más rockera posible, es decir, hacer el rock menos convencional posible. El jazz sería uno de esos elementos a utiliza. Bowie hizo música, cómo si su vida dependiera de ello, y literalmente, su vida estaba dependiendo de ello. En ocasiones, la música te puede llevar por caminos que ni te imaginas.
si, si, bowie robó mucho, pero nadie robó como bowie
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es mi cantante favorito, un genio
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