Por: Rolando J. Vivas

El primer lugar en donde entrené con pesas fue en la lavandería de mi casa, con unas partes de una tubería y unos blocks de cemento me hice una “barra” para poder realizar sentadillas, prensas de pecho y prensas militares, además de remos. En un par de meses aumenté bastantes kilos de puro músculo, en unos seis meses el peso ya no me resultaba útil y requería algo máscaras seguir avanzando. Mi primer gimnasio estaba cerca de la casa, la primera vez que lo vi me pareció un lugar enorme. Ahí entrené por 10 años, también trabaje varios años allí, limpiando, arreglando los aparatos y entrenando clientes. Recuerdo que en mis primeras vistas al gimnasio, apenas podía cargar una barra olímpica de 20 kilos. Nuevamente mi cuerpo se adaptó rápido y en un par de años ya era compañero de entrenamiento de un Mister México. En algún momento tuve la idea de dedicarme profesionalmente a ese deporte. Después desistí cuando supe que no había mucho apoyo económico. Ese gimnasio era bastante rústico, los aparatos eran robustos, los discos estaban oxidados, algunas ventanas no tenían cristal, a veces cuando llovía había goteras. No era un lugar para socializar, era un lugar para entrenar. Lo cual disfrutaba bastante. Recuerdo caminar varias cuadras a las 5 de la mañana para ir a ese gimnasio. El dueño, un buen amigo de la infancia, dejaba la llave en un hueco en la pared, así que había gente allí, en ocasiones desde las 4.30 de la mañana, lo que incomodaba a algunos vecinos. Me complace mucho recordar entrenamientos a las 5 de la mañana, apenas a dos grados de temperatura, en aquel lugar sin ventanas. La motivación sale sobrando cuando lo que sobra es disciplina.
Dejé aquél gimnasio cuando mi amigo se casó y su esposa se hizo cargo de la administración. No era la persona indicada para dirigir un lugar así, en el que más que un grupo de extraños, todos éramos familia. Un día después de esos casi 10 años entrenando ahí, opté por dejar aquél lugar. Recuerdo que emocionalmente me afectó, aquél lugar era como una segunda casa para mí, tenía ganas de llorar el último día que entrené ahí. Me fui a otro gimnasio bastante grande y que era muy popular en aquellos años y que se encontraba frente a una gran avenida. El mantenimiento de los aparatos y del equipo no es algo que se puede dejar a la deriva, y en ese lugar sufrí dos accidentes. Primero un cable de acero se reventó y se sacudió como látigo golpeándome un hombro, parte del cable quedó incrustado en mi piel, no me percaté hasta que un compañero me señaló lo acontecido, me retiraron parte del cable con pinzas. No fue doloroso. Una vez alguien tuvo la brillante idea de limpiar los discos con aceite, cuando tomé el disco, se resbaló y me cayó en un dedo del pie. No sentí dolor y seguí entrenando, cuando llegué a mi casa y me quité el tenis tenía el calcetín empapado de sangre. Ese día tenía una reunión con mis amigos, fueron a la casa, tomamos y no le presté mucha atención a la herida. Fui con el doctor al día siguiente y me comentó que ya no se podía suturar, así que pasé un par de semanas sin poder usar zapato cerrado hasta que la herida cerró sola. Cerca de Navidad el gimnasio cerró. Antes los gimnasios solían tomarse unos días en esa época. Terminó el año y el gimnasio seguía cerrado. Llegó Enero y el gimnasio no abría. Tengo la sensación de que en ocasiones uno se queda en “piloto automático” o en estado de negación y no reaccionamos. Un par de semanas de acudir y ver el local cerrado, me di cuenta que ya no iba a abrir.
Regresé al viejo gimnasio anterior. Por algún razón ahora me parecía un lugar muy pequeño. Ya no era el mismo lugar que casi era como mi casa. Duré apenas unos meses y me fui a entrenar a otro lugar. Esta vez muy cerca de mi trabajo. Aprovechaba las horas de comida para ir al gimnasio a entrenar, después me bañaba, comía algo rápido y regresaba a trabajar. Esta rutina me resultaba tan cómoda que bajé de peso, aumenté músculo una vez más y las tardes en el trabajo me resultaban poco pesadas. Después cambié de trabajo y tuve que dejar aquél gimnasio. Después ese lugar cerró y se convirtió en una pastelería que aún existe al día de hoy. Regresé por tercera vez al viejo gimnasio, eso hasta que empecé a trabajar en otra ciudad y me tuve que mover a otro gimnasio que quedaba cerca de mi trabajo. Nuevamente acudía a mediodía, el gimnasio se encontraba en medio de un enorme terreno y al lado había un taller de camiones. Al principio el gimnasio era bastante pequeño, pero era lo único que había cerca. Después fue creciendo hasta que se volvió un excelente lugar para entrenar, sólo recuerdo una cosa en particular, no tenía agua caliente, esto en verano no representaba ningún problema, pero pasé varios inviernos gélidos en los que tuve que aprender a tolerar el agua helada. Cuando empecé a trabajar al sur de la ciudad, tuve que buscar otro gimnasio. No era muy grande pero era funcional y el dueño era algo extraño, sabía que el tipo tenía una conducta poco normal, si hacías un entrenamiento que le gustaba o algún ejercicio que le llamara la atención, te regalaba una mensualidad. Después supe que el tipo tenía serios problemas con las drogas y que perdió el gimnasio, entiendo el porqué. Me encontré casi por casualidad otro gimnasio más grande y mejor equipado, y me cambié ahí. Alternaba entrenamientos en la mañana y a mediodía. El único inconveniente era la regadera, ya que el baño era bastante pequeño, así que aprendí a bañarme y a vestirme en un lugar sumamente reducido.
Mi siguiente trabajo fue en el centro de la ciudad, y mi rutina se mantuvo con los entrenamientos a la hora de la comida. Primero estuve en un gimnasio bastante rústico y oscuro que se encontraba debajo de unas capillas de velación ( y los baños estaba peor, que el “peor baño de Escocia”, si saben a lo que me refiero) . Era un lugar por demás surrealista que parecía de otra dimensión, o ser un portal a otros tiempos. En una ocasión se fue la luz, me dirigí a la regadera con la lámpara de mi teléfono móvil, el cual ya tenía muy poca pila. Si consideras que el lugar era un sótano debajo de un lugar algo tétrico, la idea de estar sin luz ahí no era muy divertida. Me bañé lo más pronto que pude, pero la Ley de Murphy suele hacerse presente en éstas ocasiones y comenzaron a entrarme llamadas al móvil. Me estaba bañando así que primero opté por no contestar, después cuando las llamadas seguían sonando insistentes, y amenazaban con acabar con la batería del aparato, tuve que contestar y pedí molesto que ya no me marcaran. Apenas terminé de enjuagarme cuando mi móvil se apagó. Ya se imaginarán las peripecias que tuve que realizar para encontrar mi ropa y poder vestirme. Algo que siempre me llamaba la atención de ese gimnasio, era la presencia de tuberías en el techo, obviamente pertenecientes a las capillas de velación. Un día el gimnasio cerró, se comentó que había reventado una de esas tuberías y el lugar se había inundado. Comentaron que tardarían semanas en repararlo. Una vez más me mudé a otro gimnasio. Esos cambios que mantienen en estado de sorpresa al cuerpo siempre son beneficiosos. Le dan un shock al cuerpo y lo fuerzan a crecer y sobreponerse. Y después vino el COVID y todos los gimnasios en la ciudad cerraron.
Pensé que el cierre de los gimnasios por la contingencia sería cuestión de un par de semanas, la realidad es que cerraron por casi un año, muchos gimnasios incluso ya no volvieron a abrir. Mi esposa tuvo la genial idea de comprar equipo para entrenar en la casa. Así entrenamos juntos casi un año. Hasta que tuve que venir a trabajar a otro estado y buscar nuevamente un gimnasio. Comencé a entrenar en otro estado a finales del año pasado, era un lugar más frío y salía a las 6 de la mañana a quitar el hielo de auto para poder ir. La gente no acostumbra acudir mucho a los gimnasios acá, gran parte del tiempo, ya fuera que estuviera en la mañana o en la tarde en el gimnasio, éste estaba solo. Recuerdo que cuando estaba por salir de la universidad tenia la idea de abrir un gimnasio. Desistí de la idea hace mucho. Disfruto mucho más lo que hago en mi actual trabajo, aunque me llama la atención la difícil época por la que han pasado los gimnasios durante la pandemia, hoy me entero que éste gimnasio ya no abrirá más sus puertas, así que la aventura de encontrar un nuevo lugar en dónde entrenar comienza una vez más. La única constante es el cambio. Los cambios nos retan y por consecuencia nos hacen crecer, así que bienvenidos los cambios una vez más. Por cierto, llevo un par de entrenamientos y el nuevo gimnasio está genial, es una buena manera de empezar el año, con cambios.